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lunes, 12 de octubre de 2020

Relato: "A cara o cruz"

 

“A CARA O CRUZ”

(A Delibes y a Radio Futura, dos de mis pasiones)

El pequeño bar de su pueblo. Descafeinado con sacarina. Su ratito periodístico diario. Allí lo conocían. Él ya no estaba para preámbulos. Su bar.

Enfrente dos chicos charlan en voz alta:

CHICO 1: “Illo, déjame en paz, que no lo voy a hacer”.

CHICO 2: “Que sí, cojones, esta noche es la tuya, te la llevas aparte…”.

CHICO 1: “Que da igual que estemos solos, que ella no está por mí”.

Mete otra vez la cucharilla y remueve el café; no está dulce del todo. Sonríe por la algarabía controlada de la complicidad entre los jóvenes. Amistad. Comprende de sobra los porqués de su discusión. Mira por el ventanal: ¿lloverá? ¡Quizás!

CHICO 2: “¡Un amargao y un cagón es lo que eres!”.

CHICO 1: “Eh, eh, el trompazo me lo pego yo, no tú”.

De pronto, uno de los chicos saca un paquete de tabaco de liar, un librillo de papel y una bolsita con boquillas. Él también los usaba en otro tiempo. Siempre es ya otro tiempo, lástima. El joven comienza a hacerse un cigarrillo y el camarero les advierte con la mirada: “¡dentro, no!”.

Vuelve a sonreír. Se le vienen a la cabeza otros humos asfixiantes en sitios cerrados de la Mina, muchos, y no precisamente de tabaco, sino del trasiego en las galerías, donde fumar era lo menos peligroso que se podía hacer. Y además los efectos del tabaco ocultaban, como excusa de médicos paniaguados, muchas dolencias pulmonares provocadas por la silicótica actividad.

CHICO 2: “Vamos pa fuera. Pronto tengo que comprar papel. Mira, la hoja roja”.

Los ve alejarse hacia la terraza del bar, donde quizás continúen su discusión, aunque las risas sugieren que sus palabras caminan por otros derroteros. ¡Qué ancha es la juventud!, piensa. Cuando se es joven las nubes aún no son plomizas.

Por los cristales, los sigue observando. Él, en su vida,  ya había sobrepasado hace tiempo esa hoja roja, piensa. La que avisa de la cuenta atrás en un librillo cuyos papeles ya habían sido consumidos. Saboreados, malgastados, qué más da ya. Mira, sin ver, el periódico en sus manos.

Resuena en su cabeza el eco de las palabras: “el trompazo me lo pego yo, no tú”. Y recuerda la imagen ya lejana en su mente: él encima de su yegua, camino del pueblo vecino de El Campillo, desde Riotinto, en busca de su Estrella. Allí lo esperaban una mujer escurridiza y un padre serio como un casamiento.  Entonces, cada paso de su jaca le sonaba como una razón por la que insistir en su amor: tokok-tokok (es bonita), tokok-tokok (es alegre), tokok-tokok (es buena), tokok-tokok (es limpia), tokok-tokok (es trabajadora)…

Los jóvenes entran de nuevo y se dirigen a la barra: ponche y pacharán, chupitos. Él sigue aún montado en su yegua, mientras los ve de nuevo sentarse enfrente. Tokok-tokok (es prudente)…

CHICO 2: “Mira, tío, si yo estuviera tan flipao como estás tú por la pava esa, es que ni me lo pensaba. Le entraba y punto”.

CHICO 1: “¡Qué sé yo! Me gusta tela, pero no tengo ná que hacer”.

Cuando llegaba a El Campillo dejaba la yegua en la cuadra de la casa de su amigo y cómplice Joaquín, compañero en “Talleres Mina”. Se acicalaba un poco: se sacudía el polvo del camino, se mojaba y se peinaba el pelo, se colocaba bien el pañuelo en el cuello. Un minero de Riotinto debe parecer un señor, y, además, serlo. Salvoconducto financiero más educación a la inglesa, al menos en la mínima ilusión que la Cuenca Minera de aquella mísera época permitía hacerse.

CHICO 2: “¿Pero a ti te ha dicho ella que no, o te lo estás imaginando?”

CHICO 1: “No sé. Es que es muy tímida. Siempre con las amigas… La verdad es que yo no la he visto nunca con ningún tío”.

Camino del bar de enfrente en la Plaza, esbozaba la estrategia para aquel día. Primero con las amigas de ella en el árbol grande de la Plaza. Hablarían sobre el pirulito de san Juan, el ponche… Él se lanzaría a ayudarla en lo que le tocase, antes que otro. Paseo hacia las carteleras del cine. Bar de Joselito “el Pinta”. Ella siempre pedía lo mismo: licor de bellota y tarta de manzana. Los hombres pagan. Andando hacia “Los Puentes” sería el momento. Moneda al aire: A cara o cruz.

El camarero sube un poco más las persianas de los ventanales. Al día le va pudiendo la tormenta.

CHICO 1: “Yo creo que lo mejor es esperar más p´alante. Cuando empiece el verano”.

CHICO 2: “¿Esperar? ¿A qué? ¿A que otro le entre antes? ¡Illo, tú sabrás!”.

Camino de “Los Puentes”, y tal y como había planeado con su amigo, esperó un momento en que las risas y las conversaciones la dejaron a su altura. Él sacó el pañuelo y se secó el sudor. Y le habló nervioso:

HOMBRE: “Mira, Estrella, yo no sé si te gusto tanto como para aceptar lo que te voy a pedir, pero sí estoy seguro de que quiero estar contigo. Estoy seguro de eso y de que soy todo lo serio que tú y tu familia me podáis exigir. Por eso te lo pido: ¿quieres ser mi novia?”.

Pliega su periódico y se levanta. Se acerca a la barra y le deja al camarero sendos chupitos pagados para los dos jóvenes. La lluvia aún no había comenzado a caer, pero no tardaría. Antes de salir del bar, se para en la mesa de los jóvenes y le espeta al joven indeciso:

HOMBRE: “¡Hazle caso a tu amigo!”.

Luego, se marcha.

Por José Santana Delgado